La tercera edición del Encuentro Cultura y Ciudadanía plantea una aspiración, que conceptualiza y articula el programa: la necesidad de democratizar la cultura, universalizarla, como condición necesaria para su plena relevancia y eficacia social. “Acceso, Acción” vendría a resumir la expresión de esa aspiración.
Participar en la vida cultural implica acceder; acceder además libremente, sin mediar trabas artificiales. Implica también intervenir, en primera persona, en los procesos y prácticas culturales, en la creación de formas e imaginarios simbólicos. Universalizar lleva implícito un principio de autonomía o soberanía cultural. Ser protagonista, sujeto y agente de cultura. Participar en la construcción del yo, individual y social. El derecho, en suma, a representarse a uno mismo. El principio de universalidad encierra, asimismo, los de diversidad e inclusión, el mandato de atender e integrar la diferencia. Pensar en marcos globales de acceso resulta complejo. No obstante, el programa pretende identificar diferentes ámbitos donde esa aspiración de universalidad puede o debería de materializarse: las instituciones públicas, entendidas bajo formas más abiertas, accesibles e inclusivas, y en convivencia con nuevas formas de institucionalidad amparadas por la sociedad civil; el espacio público, donde la experiencia cultural nos encuentra y toca de manera indiscriminada; y la red, donde acceso, reutilización y nueva producción cultural se multiplican exponencialmente y donde el dominio público digital debería afirmarse como garantía de universalidad. La democratización, por otra parte, está íntimamente ligada a la educación y la formación de un público y una conciencia críticos, y ello pasa en buena medida por la incorporación de la cultura a los procesos educativos y el desarrollo de programas pedagógicos adecuados en las instituciones culturales. Está unida también a una cierta reformulación de la noción de público como agente –frente al mero receptor pasivo-, a la aplicación de estrategias de intermediación apropiadas y el establecimiento de espacios y ámbitos para la cultura en comunidad, donde la participación activa se convierte en eficaz herramienta de inclusión y expresión. Con estos aspectos se cierra el programa.Una vez más queremos insistir en las relaciones y los sistemas. La cultura ópera en forma de tramas, tejidos, flujos, vasos comunicantes, ecosistemas. Es la interacción de agentes y conocimientos la que da lugar a las formas más complejas y avanzadas de pensamiento. Esa dimensión relacional de la cultura, muy presente en el ADN del Encuentro, aparece de nuevo subrayada, tanto en el programa como, específicamente, en la imagen y el desarrollo gráfico de esta edición.Salto de línea Salto de línea ¡Bienvenidos a esta nueva edición de Cultura y Ciudadanía!
La cultura genera inclusiones y exclusiones, integra pero también discrimina, culturas dominantes conviven al lado de culturas subalternas. Ello provoca inevitables tensiones y conflictos y estados de convivencia no siempre bien resueltos, marcos de interculturalidad ficticios. Resulta necesario avanzar en la integración, dar voz a todos, normalizar discursos.. Avanzar hacia una cultura plenamente inclusiva, pensada desde posiciones diversas de raza, género, lengua, educación, capacidades físicas e intelectuales o poder adquisitivo. La participación en primera persona y la colaboración entre iguales pueden ser en este sentido eficaces dispositivos de integración.
Planteamos aquí diversos interrogantes que persiguen acotar el marco jurídico de los derechos culturales para, sobre él, tratar de definir políticas adecuadas al presente contexto social. El derecho a la cultura, ¿qué implica? ¿Pueden los ciudadanos exigir que se garantice su pleno ejercicio, en condiciones de libertad y autonomía? ¿Cómo, hasta dónde? ¿Existe una exorbitada intervención público-administrativa, casi patrimonial, sobre los bienes culturales de todos? ¿Cabría abrir espacios de intervención de la ciudadanía? ¿Ha habido un apoyo público preferente a las industrias culturales en detrimento de políticas centradas en la ciudadanía, en el acceso, la inclusión y la participación? ¿Son necesarias en este sentido políticas más abiertas y ambiciosas en los planes estratégicos? ¿Cómo legitimar jurídicamente los modelos de autogestión? ¿Cómo integrar la categoría de los bienes comunes en la ortodoxia jurídico-administrativa? ¿Son necesarios nuevos marcos jurídicos?
Dentro de lo público hay un escenario evidente donde experimentar nuevas formas de democracia cultural y abrir ámbitos de participación: las instituciones. Es momento de imaginar instituciones más inclusivas, conectivas, permeables, abiertas a la experimentación y los procesos compartidos. Instituciones menos rígidas y bunkerizadas, escenarios más dinámicos y en permanente transición, que recojan las inquietudes reales de la ciudadanía. Instituciones que faciliten una producción descentralizada y una cultura expandida hacia el territorio, instituciones que alimenten ecosistemas complejos. Nuevas institucionalidades posibles, que emergen asimismo con fuerza desde ámbitos de autogestión y demandan mecanismos de reconocimiento, validación y legitimación jurídico-administrativa, también la gestión colectiva de ciertos bienes públicos.
La cultura se construye en buena medida en los espacios de encuentro, en los espacios públicos. Allí afloran procesos culturales de diálogo y negociación, abiertos a todos, mayorías y minorías. Desde la propia distribución y usos de ese espacio, pasando por la generación de patrimonio y arte públicos, hasta la acción cultural al aire libre, la “cultura a cielo abierto” es una cultura de todos y para todos. Un cultura que se aproxima a lo cotidiano, que se confunde con la vida, que contribuye a fortalecer el tejido social y urbano, a humanizarlo y activarlo simbólicamente, que induce la participación activa y abre puertas para el intercambio de roles entre actor y espectador. El espacio público es el espacio más democrático para la experiencia cultural.
Internet, con sus efectos disruptivos, ha desgarrado los marcos tradicionales de consumo, acceso y producción. El efecto democratizador, en términos culturales, es incuestionable. Se multiplican el acceso y la capacidad de acción e intervención, todos somos potenciales creadores, el propio concepto de autoría es puesto en cuestión. Se generan procesos de subjetivación y construcción del yo a partir de lo que consumimos y compartirnos. La red propicia además nuevas formas de comunidad y ciudadanía -¿o hablamos tan solo de individuos que colaboran, de modo puntual, para satisfacer intereses particulares? Subyacen, por otra parte, múltiples tensiones; determinados monopolios y mecanismos de control, censura y vigilancia generan formas de exclusión y atentan contra la libertad y la diversidad cultural.
Volvemos a plantear en esta edición las relaciones entre cultura y educación. La necesidad de pensar la escuela, la universidad y la educación en general como plataforma de expansión y construcción de formas culturales, como espacio cultural en sí mismo, o pensar la educación como una forma más de cultura. La cultura, también, como herramienta educativa esencial, marco de pensamiento y dispositivo para la resolución de problemas desde posiciones críticas. Resulta preciso igualmente analizar y evaluar los modelos pedagógicos que desarrollan las instituciones culturales, así como el papel de los propios creadores y artistas. ¿Qué prácticas están funcionando -y cuáles no- en uno y otro ámbito?
Se impone una revisión a fondo del concepto de público. El receptor pasivo -consumidor, usuario- cede gradualmente paso al sujeto activo, ese que desea autoafirmase, edificar su propio discurso -su subjetividad- frente a la frecuente banalidad de la experiencia cultural, tantas veces superflua. Un sujeto que reclama una participación real en esa experiencia, que reivindica su capacidad de intervención -agencia- a través de modos de autoaprendizaje y autoorganización, donde el intercambio colectivo de saberse y la cultura en comunidad -trans e inter: generacional, género, racial, etc.- adquieren un papel preponderante y central. Una cultura comunitaria que, al margen de lo público institucional, como hemos visto, demanda con frecuencia espacios propios de pensamiento y producción.Salto de línea